El cine, desde su nacimiento, despertó el interés de los escritores y, a pesar de algunas resistencias, el nuevo fenómeno fascinó a numerosos autores tanto por su estatuto de novedad técnica como por el despliegue de recursos que desde ciertas perspectivas representaban la garantía de una renovación del lenguaje literario.
Dentro de los múltiples fenómenos y productos que nacen en los primeros años de este cruce entre la literatura y el cine –y que se desarrollan con mayor profusión durante los años veinte-, se encuentran aquellos textos que derivan de la influencia que ejerció el cine en las letras, y más específicamente, el corpus de textos que nace a la luz de la pantalla de la primera época de Hollywood. Se trata de la huella de un tipo de cine con señas particulares que se plasmó de muy diversas formas en la literatura. En este caso, dos obras, a un lado y a otro del Atlántico, registran y dan cuenta de la presencia del cine norteamericano en la vida cultural rioplatense y española de comienzos de siglo; se trata de Cinelandia (1923), de Ramón Gómez de la Serna, y “Miss Dorothy Phillips, mi esposa” (1919), de Horacio Quiroga; dos aventuras literarias que proponen un diálogo ente los medios, a la par que dialogan entre sí.