Esa asimetría, que ha relegado al Porrajmos al olvido, tiene su correlato en el cine. Es decir, que si bien podemos notar que existe claramente en el imaginario colectivo una memoria del Holocausto/Shoah tejida, no sólo por los testimonios de los supervivientes, sino también por las imágenes creadas por los medios de comunicación y el arte de las últimas décadas, con respecto al genocidio gitano es evidente una amnesia casi total. Y, en este sentido, no deja de ser significativo que las escasísimas realizaciones fílmicas referidas a este tema han sido guionadas y dirigidas por gitanos: I skrzypce przestaly grac de Alexander Ramati (Y los violines dejaron de sonar, coproducción polaco-estadounidense, 1988), Latcho Drom (Buen viaje, Francia, 1993) y Korkoro (Libertad, Francia, 2009), ambas de Tony Gatlif.
La peculiaridad de dichas obras, sin embargo, frente a la problemática de escasez de representaciones a la que aludíamos, abre la posibilidad desentrañar una mirada particular que nos acerca a una interpretación gestada desde una concepción gitana de la historia y de la memoria. Una mirada marginal que no solo es valiosa en sí misma porque reivindica, sino que también lo es en la medida que nos permite contraponerla a otras formas de representación dominantes.