Este trabajo de reflexión se propone evidenciar que en Cementerio de automóviles de Fernando Arrabal, la pasión de Cristo no pasa de un modelo, un paradigma, para un argumento o asunto, que pierde relevancia frente a la acción, al acto. Al contrario de lo que nos puede inducir el nombre “cementerio”, esta obra se centra en el proceso, pues consta de etapas sucesivas y repetidas. En este cementerio lo que encontramos, en vez de muertos, quietud y silencio, son proceso de vida, movimientos y música. Esto porque el cristo pierde protagonismo para lo colectivo y lo divino, para lo humano. No hay un sacrificio individual, es colectivo, de todos; el sacrificio humano. “La vida nunca cesa –allí yace nuestra tormenta–, allí yace nuestra esperanza” (Diana Taylor). Los automóviles son las cavernas platónicas modernas; los personajes son los prisioneros de los residuos de la modernidad, son el corazón oxidado de la civilización que lucha para, a través de la música, libertar al alma humana, aliviar la carga de su existencia. Siguiendo el análisis etimológico de Berenguer para Emanuel (Dios con nosotros), Emanou significaría “con nosotros”. Este personaje sería cualquier uno de nosotros y todos nosotros al mismo tiempo.