En la actualidad se ha generalizado un sentimiento de crisis de la enseñanza que no se circunscribe a los contenidos de historia. Los poderes económicos, desde la OCDE a los grandes grupos financieros, prevén un nuevo marco educativo en el que predominará la mercantilización de la enseñanza. Tienden a considerar un despilfarro el destino de recursos públicos para una formación de la mayoría de la población, puesto que la consideran innecesaria en una sociedad en la que el número de personas técnicamente cualificadas va a ser muy reducido a causa de la automatización de los procesos productivos; la perspectiva de crecimiento del empleo se concentra fundamentalmente en trabajos de escasa cualificación como limpiadores, servicios de seguridad privada, mensajeros y distribuidores de mercancías, etc. En este contexto, quizá se entienda mejor la coincidencia de voces e intereses que se manifiestan contra la “degradación” de la enseñanza pública, al tiempo que ocultan la reducción del porcentaje de PIB destinado a su mantenimiento.
Las políticas educativas neoconservadoras claman por conseguir una formación eficiente y competitiva, orientada al mercado. La obsesión por la introducción de ordenadores, por poner un ejemplo, se centra más en la familiarización de los futuros trabajadores con las máquinas que en los contenidos que propicien el desarrollo personal de sus capacidades cognitivas. Pero, al mismo tiempo, existe la preocupación por garantizar la cohesión social en torno de un sistema político. Y en una sociedad plural como la española, con varios referentes nacionales en competencia, se vuelven los ojos a la enseñanza de la historia y de la lengua, e incluso de la religión, en la creencia de que con ello sería posible, como en el pasado, garantizar la cohesión en una sociedad marcadamente desigual y, al tiempo, neutralizar a los “otros” nacionalismos contrincantes. Pero a pesar del notable incremento de los contenidos escolares en estas materias, las opciones nacionales de la población no parecen modificarse. Esto refuerza la percepción de fracaso del sistema escolar, incapaz de cumplir la misión imposible que pretende encomendársele desde el poder.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)