Hace casi tres años, poco después que un conjunto de libros sobre historia argentina dirigidos al gran público lograran una extraordinaria difusión, comenzó una dura controversia acerca del valor de lo que se dio en llamar la “nueva divulgación histórica”. Esta inesperada polémica se desató en torno a Argentinos, el exitoso libro donde Jorge Lanata se ocupa de los últimos cien años del pasado nacional y se inició con las objeciones que hiciera a esta obra el prestigioso historiador Luis Alberto Romero en una reseña bibliográfica que se publicó en el diario La Nación. A partir de allí, la discusión se fue destemplando a la vez que ganó espacio en radios y revistas y, aunque el episodio inicial está terminado, la confrontación entre divulgadores e historiadores reaparece con frecuencia en distintos medios de comunicación. De esta forma parece plantearse un nuevo dilema donde debe elegirse entre divulgadores apasionados en la búsqueda de una conjetural semilla del “ser nacional” a través del tiempo y académicos aburridos que interponen objeciones metodológicas a esos trabajos pero que son acusados por los primeros de reaccionar sólo por la envidia que les produce las extraordinarias cifras de venta de sus obras. A tal grado llegó el maniqueísmo con el que se presenta el tema que en 2003 la revista Noticias lo resumió en términos futbolísticos de esta manera: “...en fin, millonarios académicos versus advenedizos bosteros”.
Más allá de esta degradación en sus términos, la polémica encierra una pregunta importante:
¿deben estar relacionadas la investigación histórica y la divulgación para el gran público o, por el contrario, mantenerse como dos ámbitos autónomos?