La memoria es objeto de reflexiones y de ejercicios intelectuales desde la Grecia antigua. Muchos de los procesos con los que suele caracterizarse un reciente “boom” memorialista ocurrieron en el siglo XIX. La creación de museos, la formación de archivos y la práctica del coleccionismo caracterizan a toda la modernidad occidental. Lo propio de nuestra época es, en todo caso, el desarrollo de estudios socio-históricos sobre la memoria, con una nueva sensibilidad crítica hacia las representaciones sobre el pasado, forjadas en batallas simbólicas entre sujetos sociales con recursos desiguales. En ese marco, hablar de memorias, identidades y patrimonio puede ser un modo de preguntarse una vez más por el poder, la cohesión social y las disputas del espacio urbano.