El advenimiento democrático reconfiguró el espacio que el rock argentino tenía en la cultura oficial del país y resignificó las prácticas y las experiencias de sus seguidores. Ante esto, el período que se inició a partir de 1983 produjo una auténtica revalorización del baile en el marco de la cultura rock y le brindó una popularidad inusitada al movimiento, entendiéndolo como un elemento que representaba el espíritu general de los jóvenes y de buena parte de la sociedad. Las nociones y las puestas en ejercicio del baile, por lo tanto, acompañaron de un modo significativo los cambios de sensibilidad que tuvieron lugar en la sociedad argentina post-Malvinas y ampararon momentos de participación y/o demandas populares.
En otras épocas, el imaginario del rock argentino condenaba el espacio de la disco y lo asociaba con la complacencia y el no compromiso. En contraste, la llegada de la democracia logró lo que antes se pensaba imposible y que sólo había sido empleado durante la década del cincuenta: la alianza entre el rock, el baile y la celebración del cuerpo. Sin embargo, fue durante la década del sesenta que el rock comenzó a generar búsquedas experimentales en sus letras, desplazando así al concepto baile-entretenimiento por otro que combinaba el mensaje con la introversión.
Conviene entonces pensar este cuadro de transformación e intervención social a partir de las propuestas que diversos grupos/solistas/músicos de la cultura rock retomaron en conjunto. En consecuencia, este artículo reflexiona y aborda las posibilidades bailables que se pusieron en juego desde el discurso social y lírico del rock argentino a partir del retorno democrático. Es decir que, desde sus posturas artísticas, estéticas y líricas, los artistas comprendieron al acontecimiento-baile como testigo de transformación y como una práctica que se re-insertó en el mundo del rock con dos intenciones esenciales: 1) consolidar los procesos democráticos y 2) acompañar los desafíos en pos de la defensa de la libertad.