La educación física, entendida como educación del cuerpo, requiere dotar de sentido el análisis sobre representaciones sociales del cuerpo sobre la base de descifrar, en una visión compleja, que el cuerpo no significa ya la máquina cartesiana y el reducto del poder sobre la que se instituyó el proyecto moderno. Así las cosas, la discusión actual se proyecta hacia la negación de esa visión reduccionista y totalizante, y propone "disolver la diferencia (de clase, de género, de etnia, de cultura, etc.) mediante la construcción de un sujeto pedagógico imaginario y abstracto, en el que las continuidades y las discontinuidades históricas de los usos corporales han sido suplantadas por la permanencia sustancial de la anatomía, a menudo al servicio de la razón instrumental. Es decir, según una opción de acuerdo con la cual el cuerpo aparece como un espacio neutro sobre el que se articulan aprendizajes y sobre el que el desarrollo diferenciado y desigual de los cuerpos se entiende como una mera variabilidad en la relación técnica entre medios y fines" (Pedraz: 2005).