La publicidad ya no habla sólo de productos, sino de sueños e incluso, como afirma Eguizábal, de sí misma. Se ha convertido en una industria que ya no fabrica cosas materiales sino que fabrica valores, sueños, aspiraciones y que ha descubierto la fórmula mágica de la felicidad: el consumismo. Es, por tanto, que la publicidad ha creado un imaginario social –también llamado universo simbólico– y manipula, en ocasiones, al consumidor para que crea en el mismo y luche por estar dentro de él. Pero ¿cómo consigue esto la publicidad? Primero crea una insatisfacción vital, para después ofrecer la solución en forma de un producto o servicio. Un coche, una crema antiedad o una televisión de plasma pueden ser la solución a los problemas y los garantes de felicidad. La cuestión es que el consumidor, ya insatisfecho gracias al recuerdo de sus miserias que le hace la publicidad, pasa de ese estado al de frustración al ver que sus problemas no los ha solucionado con ese producto, sino que continúan allí.