Hacia mediados del s. XV, la cristiandad estaba amenazada por conflictos internos y externos. La conquista de los turcos sobre Constantinopla en 1453, las constantes e inútiles llamadas a la Cruzada2, el auge del Humanismo, que propugnaba una nueva espiritualidad, la corrupción de las jerarquías eclesiásticas, el avance del ocultismo y la astrología, y la proliferación de las disputas intelectuales en el marco de una escolástica ya decadente habían despertado en los espíritus más lúcidos de la época la consciencia de un profundo desgarramiento en el seno de la civilización y, al mismo tiempo, la necesidad de un abrupta ruptura con la tradición filosófica inmediatamente anterior, que no estaba —a juicio de los homines novi— en condiciones de dar una respuesta a la urgencia del siglo.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)