La democracia deliberativa es un modelo normativo según el cual cualquier toma colectiva de decisiones debería encontrarse íntimamente comprometida con dos valores fundamentales, a saber, racionalidad e imparcialidad. Los procesos deliberativos que llevan adelante participantes, formal y sustantivamente, iguales en recursos y capacidades buscarían entonces resolver cualquier conflicto moral o político sobre la fuerza del mejor argumento. En este sentido, los resultados a los que se arriben colectivamente poseerían dos características fuertemente atractivas, en primer lugar, un determinado valor epistémico y, en segundo lugar, legitimidad política.
Cuando se sostiene que los procedimientos deliberativos asegurarían un determinado valor epistémico de la decisión política, se supone que el acceso a la decisión correcta en términos políticos se facilita mediante la contrastación intersubjetiva de posiciones.
Y es que al momento que se discuten opciones de políticas públicas respecto de algún tema en particular, la alternativa de muchos entrometidos en la discusión pública parece más beneficiosa y preferible que la búsqueda de uno solo aislado. Las decisiones colectivas suponen deliberación porque parten de la premisa de que todo conocimiento humano es falible, por tanto, nadie posee un acceso permanente y privilegiado a la verdad (en cualquiera de sus concepciones). De este modo, el conocimiento como actividad colectiva y de discusión abierta debería profundizarse en los espacios políticos de las democracias.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)