Entre los relatos de Antonio Muñoz Molina, quizá sea Ventanas de Manhattan (2004) aquel que explora con mayor intensidad un motivo recurrente en su obra: la observación del entorno y de las huellas del pasado.
En este texto híbrido, que participa de la crónica periodística, el libro de viajes, el ensayo y la novela, dividido en secuencias que a veces constituyen verdaderos microrrelatos, Nueva York se presenta como el espacio del anonimato y la indiferencia, donde “estar viendo y no mirar es un arte supremo”; sin embargo, el sujeto que la recorre se empeña en asomarse a otras vidas y en buscar a través de ellas una suerte de iluminación o autoconocimiento.
Cobra una relevancia especial la observación de diversas manifestaciones artísticas (como la arquitectura urbana, los espectáculos musicales, la pintura, la fotografía y la escultura), lo que permite acceder en ocasiones a otro espacio y a otro tiempo y volver a plantear el tema de las vidas posibles.
De esta forma, se lleva a cabo a través de la observación de lo externo una exploración de las inclinaciones del sujeto mismo: sus afectos, sus sensaciones, sus sentimientos. Es decir, de la propia intimidad.