A lo largo de la historia de la ciencia ha sido ampliamente aceptada la posición según la cual las emociones de hecho no juegan un rol central en ciencia sino a lo sumo periférico. Y esto concuerda con lo propuesto por gran parte de las epistemologías de corte normativista.
Según este punto de vista algunas emociones intervienen como motivaciones de la tarea del científico, particularmente en la fase que lleva al descubrimiento científico.
Hay crónicas en las cuales los científicos mismos registran emociones despertadas ante la aparición de un fenómeno inesperado, entre ellas la sorpresa y el asombro, las que a su vez generan una perturbación en el ánimo, una sensación de ansiedad por resolver la situación problemática que termina potenciando la curiosidad. En ese sentido las emociones, motorizan la subsiguiente investigación. En términos semejantes a estos Harvey describe su descubrimiento de la sístole y la diástole en el corazón de los mamíferos, Newton la emoción que le provocó observar la descomposición de la luz al pasar a través de un prisma, Prisley describe repetidamente su sorpresa al descubrir el oxígeno, por mencionar algunos casos.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)