¿Es justa toda ley o política que tenga su origen en un proceso democrático, que haya sido decidida democráticamente? Probablemente pocas personas preocupadas por la justicia social se inclinen por una respuesta afirmativa. Después de todo, el espectáculo que ofrecen las democracias reales está plagado de atropellos ostensibles a las demandas de la justicia: pena de muerte, encarcelamiento sin el debido proceso y torturas a detenidos, así como políticas que condenan al hambre a millones de personas, son sólo algunos ejemplos.
No obstante, puede objetarse, no sin razón, que las pretendidas democracias –como la de EEUU- que ejemplifican la anterior lista de atropellos a la justicia, constituyen instanciaciones por lo menos dudosas del ideal (baste recordar el notorio fraude que llevó a Bush hijo a la presidencia y el acaso más escandaloso hecho de que ningún diario estadounidense haya querido publicar la noticia, o la bajísima participación electoral y el –quizás no desvinculado- hecho de que las mismas grandes corporaciones financien equitativa y “desinteresadamente” las campañas de los candidatos de los partidos mayoritarios).
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)