Hay que comenzar. No se puede comenzar. Voy pues a comenzar. Digo yo, hoy, aquí, ahora. Pero lo decimos todos, siquiera implícitamente, cada vez que iniciamos la marcha de una exposición. Repetimos, si se quiere, cada vez, uno de los problemas clásicos de nuestra disciplina: el problema del comienzo. La exposición comienza y la filosofía que se expone comienza, pero no necesariamente al mismo tiempo. Quizás saltamos directamente en el medio de una larga conversación que suponemos compartida por todos, o quizás estamos siempre comenzando, o siempre en la introducción de algo que tememos abordar.
“¿Cuál debe ser el comienzo de la ciencia?” se pregunta G.W.F. Hegel al inicio del libro primero de la doctrina del ser en su Ciencia de la lógica. Todos sabemos el desenlace de estas reflexiones preliminares, si acaso recordamos las primeras líneas propiamente dichas de la Ciencia de la lógica: ser, puro ser - sin ninguna otra determinación. Tal va a ser, pues, el comienzo: el ser, sin ninguna determinación.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)