No hay nada más ideológico que postular el fin de las ideologías. En realidad hasta se podría pensar que esta es la forma más brutal y despiadada de ideología. Cuando se enuncia el fin de la ideología, paradójicamente se ejerce el concepto: todo lo que quede fuera de ese espacio “no-ideológico”, todo lo que se diga o sostenga fuera de ese horizonte, es atribuido a la locura, la desviación, lo anacrónico, la violencia. Es decir, es ideología. O incluso menos que ideología y por tanto su negación es mucho más cruel.
Pero si bien constatamos esto en el plano político, es cierto que en el discurso filosófico hace mucho que se está planteando, no el fin de las ideológicas, pero si la muerte del concepto. Foucault la rechazaba de plano, ya que no hay nada velado en el discurso, no hay nada oculto, porque el poder no disimula, no miente ni oscurece:
produce. Por razones distintas Richard Rorty también desprecia la idea. No hay profundidad del discurso, no hay “más allá”. Por tanto, a la basura con la “ideología”, con la sospecha, etc.
En el presente trabajo sin embargo, constatada esta tensión entre política y teoría, nos proponemos defender la utilización del concepto de ideología
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)