El propósito de este trabajo es examinar el papel del Kitsch en relación con una de las tensiones que se mantienen desde los comienzos de la modernidad y que está en la base de muchas de sus contradicciones culturales. Esta tensión, que simplificada se resume como la oposición subjetividad – identidad, adopta en el plano estético las formas de la contraposición entre originalidad e imitación, autonomía y mercancía, tradición y modernidad. El principio de la subjetividad, vinculado con la autonomía, determina todas las manifestaciones de la cultura moderna, de la ciencia a la moralidad, de la política al arte. Sobre todo a partir de Hegel puede entenderse subjetividad como autoreflexión, contacto de la conciencia consigo misma, y remite no a algo dado de una vez, sino fundamentalmente a un proceso histórico y social. En ese sentido debe entenderse el giro moderno hacia la subjetividad como una vuelta hacia sí mismo, que requiere como necesario correlato la presencia del otro y de lo otro. Por lo tanto no se trata del encuentro de un yo autónomo con el mundo sino, por decirlo así, de una suerte de negociación en las fronteras entre el yo y el mundo.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)