El presente trabajo se inscribe en el problema de la construcción identitaria argentina, desde la clave de la abstracción versus la figuración. La historia del arte suele edificar nuestra identidad nacional sobre los trabajadores del puerto de Quinquela, la pobreza de Juanito, los melodramas de Fanny Navarro o la picardía de Niní, las moralejas del sainete, las heridas sociales del teatro de Gorostiza y, por supuesto, el tango urbano y el folklore rural. Indudablemente, no es mi intención desestimar la fuerza de cada una de estas expresiones, pero me pregunto si no será necesario considerar también a otras, menos populares quizás, menos narrativas o en todo caso, porqué han sido aquellas y no éstas las más requeridas a la hora de decir cómo somos.
Me propongo, entonces, analizar qué implica la abstracción como un proceso artístico sumamente particular, qué aristas moviliza, qué aspectos del funcionamiento humano, de los sentidos y del pensamiento, se ponen en juego. Y, aunque por ahora sólo como un esbozo o una sospecha, vislumbrar que Argentina formó un vínculo determinado con ese proceso, distinto a otros, por ejemplo, de Alemania en Europa o de Brasil en América Latina. Pensar entonces en esas diferencias que marcaron un modo propio de vínculo es pensar también en términos de la construcción de identidad de un país.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)