Bajo diversos modos y en diferentes disciplinas sociales, hoy se ha instalado la certidumbre sobre la complejidad y especificidad de los fenómenos históricos, sociales, artísticos, o culturales y filosóficos que siguen al contacto de europeos y americanos en las regiones inicialmente cubiertas por los reinos de la península ibérica desde el viaje de Colón. Ello está presente en la dimensión en que se reescribe la historia de América desde centros de investigación y autores, en los esfuerzos por elaborar marcos comprensivos del Estado y la sociedad civil de cada país o más generales.
Pero lo que todavía nos llama la atención es el lugar que ocupan en esa remoción metodológica y epistémica, diversas formas artísticas que se anticiparon para manifestar la necesidad imperiosa de acometer la empresa de singularidad, especificidad, complejidad y diversidad de la cultura y la sociedad de esta parte del mundo, con todo lo que ello implica en el problema de la identidad. Casi acalladas las voces románticas y positivistas sobre el lugar y el destino de América, refulgentes en autores como Alberdi, Sarmiento, Rodó, Vasconcelos, Martí, Rojas, Mariátegui, Álvarez, Icaza, un lugar inadvertido viene a ser cubierto desde la poesía, literatura, arquitectura y pintura, primeramente en Brasil, en su movimiento modernista y luego en Cuba con del Casal, Lezama Lima, Carpentier, Severo Sarduy, y luego con Paz y Fuentes en México. Ni indigenismo a secas, ni aceptación del destino europeo, serán los paradigmas de una nueva inscripción cultural que empieza a ser designada como la realidad de un barroco americano, hecho a la mezcla inimitable de culturas, materias y eventos, que se prolonga hasta el mismo siglo XX, y un neobarroco desde el modernismo brasileño.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)