Se ha dicho, y con razón, que el hombre es un ser menesteroso. Sus necesidades son múltiples. De ellas se han distinguido entre las primarias o vitales y las secundarias o culturales (Estas últimas no parecen nunca satisfechas, pues se engendran unas a otras.
Llamamos necesidades vitales a aquellas referidas a la subsistencia elemental (alimento, vestido, cobijo) Las necesidades vitales están acompañadas de otras psicológicas y espirituales, tan importantes como las primarias si consideramos al hombre como algo distinto de un mero animal. Cierto que necesita del alimento y del cobijo, pero también de un cierto ritual de preparación y presentación del mismo, de un ámbito en donde pueda desarrollarse en plenitud. La necesidad de expresión de sentimientos, pensamientos y vivencias múltiples no debe identificarse con una carencia originaria, sino, más bien, con el eco que despierte en la riqueza del oscuro mundo interior la presencia del medio exterior incitador. Y es que, ante todo, el hombre es un ser dialogante: el medio imprime en él su huella suscitando, sentimientos y pensamientos que se verán transmutados en gestos, acciones, objetos, destilaciones de su espíritu, transformaciones, expresiones de su ser y modo de ver, con palabras hechas cosas. Necesidad y sobreabundancia se dan la mano en cada manifestación de su natural capacidad creadora y transmutadora de formas.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)