“Es necesario, por supuesto, volver a introducir el gesto y el cuerpo en la música” (Molino 1988, p.8) En algún momento de la historia, occidente le quitó el cuerpo a la música. Este proceso probablemente comenzó con Pitágoras y alcanzó un punto culminante con la célebre definición de San Agustín (387, p. 34) “música es la ciencia del buen movimiento”. Con ésta, Agustín dejó en claro que la música es el aspecto racional (científico) del movimiento y la habilitó para su inclusión posterior en el Cuadrivio medieval favoreciendo una concepción de música centrada en la especulación sobre el fenómeno sónico y progresivamente desvinculada de otros dominios de la experiencia. Con el racionalismo del siglo XVII la música en occidente se vuelve acústicamente orientada de manera definitiva y confina sus componentes somático y kinético a permanecer a la sombra de los sonidos. Sin embargo, la relación que se establece en el pensamiento occidental entre sonido musical, corporalidad y movimiento es sumamente ambigua, porque aunque lo único considerado musical es lo sonoro –por lo que todo lo demás quedó destinado a habitar la enorme bolsa de lo extramusical- la retórica musicológica y las prácticas musicales permanecieron plenas de alusiones somáticas y cinéticas.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)