Adaptación de la novela Mygale (2011), del escritor francés Thierry Jonquet, La piel que habito, obra que el director español Pedro Almodóvar llevara a la pantalla en el año 2011, es una película tan convocante como perturbadora. En ella, el reconocido cineasta no deja de insistir sobre el enigma femenino pero esta vez con un guión menos centrado en el cuestionamiento simbólico del querer saber sino apoyándose en la práctica científica de la transgénesis como intervención real sobre el cuerpo, con el inevitable correlato forclusivo sobre la subjetividad que ello acarrea.
La historia encuentra también arraigo en el mito de Pigmalión, rey de Chipre, quien cansado de no dar con La mujer, se enamora de su más bella creación artística, de su escultura Galatea. Enamoramiento que la diosa Afrodita reconoce y premia dotándola a ésta de humanidad. La gran diferencia con la obra del director español es que la creación del objeto se realiza sobre un ser viviente, sobre un ser parlante, desatando efectos subjetivos no calculados por la ciencia.
Podemos decir que el psicoanálisis nace alojando aquello forcluído del discurso científico en las histéricas freudianas que hasta entonces eran consideradas como locas y a quienes se les deparaba muchas veces el peor de los destinos. Por ello es que La piel que habito nos permite pensar qué es para nuestra práctica estar a la altura de la época.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)