El informe de Brodie es, entre otras cosas, y como muchos otros textos de Borges, un libro sobre la traición y la identidad en pugna. La oculta traición amorosa entre hermanos, y la fidelidad finalmente «recuperada», en «La intrusa», la traición del acólito en «El indigno», la traición del relato jurado secreto, en la narración del duelo de «El encuentro»; o la traición como excusa para otro duelo, y una final retirada, en «La historia de Rosendo Juárez»; la traición como claudicación del historiador nacionalista, una retirada ambigua frente a la voluntad inquebrantable del historiador extranjero, en esa duplicación de «Guayaquil». Todas estas formas de «traición», sutiles o abiertas, ambiguas y necesarias, en la economía del relato y en la configuración de la historia (y de la Historia con mayúsculas), se conectan a partir de la construcción de la identidad de sus narradores o protagonistas y del o los «otros». Todas refieren a la construcción o producción de una identidad1 (y una diferencia) en tanto forma de delimitación o proceso textual de autopoiesis, aunque éste no se realice en primera persona, un proceso que se plantea como un conflicto de base, en relación con el otro de turno.