En 1983 asumió el Gobierno de Argentina el Presidente Raúl Alfonsín. Las relaciones con la República de Chile no pasaban por su mejor momento; a la situación límite con la beligerancia de Diciembre de 1978, se había pasado a un congelamiento plagado de sospechas mutuas. Encima, al terminar el tema del Canal de Beagle, la lógica violenta que el Partido Comunista chileno le imprimió a su lucha contra Pinochet comenzó a repercutir en Argentina. Un Alfonsín que no quería darle “oxígeno” al dictador trasandino debió revisar su política exterior para evitar que dicha lógica de violencia, protagonizada por el brazo armado del comunismo, el Frente Patriótico “Manuel Rodríguez”, repercutiera en las relaciones internas ya difíciles que la Casa Rosada mantenía con los militares vernáculos.
De esa manera, la inicial idea de aislar a Pinochet trocó en un verdadero proceso en el que se violaron muchas normas del Derecho Internacional Público, tales como la No Ingerencia en Asuntos Internos, pues claramente Alfonsín comenzó a hilar estrategias con la oposición democrática chilena y a presionar a Moscú y La Habana para que cesaran sus apoyos al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. De seguir con su lógica violenta, el Partido Comunista chileno, paradójicamente, incidiría negativamente en Argentina, generando un protagonismo indeseado de los sectores militaristas al advertir que este lado de la Cordillera se convertía en un “santuario” del movimiento chileno.
Fue allí cuando en una audaz maniobra diplomática, Alfonsín generó procesos con Gorbachov y Castro, pero paralelamente con Aylwin y Teitelboim para procurar detener la avanzada del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. El proceso finalizó cuando Pinochet convocó al plebiscito que perdió, y aceptó la derrota. Quedaba así expedito el camino para que Patricio Aylwin se convirtiera en el primer Presidente democrático post Pinochet.