Tal como se evidencia en la obra de algunos teóricos y teóricas posfeministas y queer, el esfuerzo especulativo por encarnar la emancipación de las llamadas “minorías sexuales” en un sujeto más o menos bien definido lleva consigo ciertas consecuencias teóricas indeseadas. Valgan como ejemplo la caracterización que Monique Wittig ha ofrecido de la “lesbiana prófuga” o la más reciente “maribollotrans” esbozada por Paco Vidarte. En el primer caso, la propuesta de encarnar la subversión del orden semántico heteronormativo en el cuerpo de la lesbiana prófuga que huye de los patrones de inteligibilidad straight conlleva la descalificación tanto de aquellas lesbianas que se esfuerzan por ser femeninas como de aquellas otras que se empeñan en ser masculinas (Wittig 2006: 35). Sólo se pueden evitar tales enajenaciones —i.e., la del binomio butch-femme, reproductor del contrato heterosexual— si se toma conciencia de que “ser lesbiana” es desmarcarse de las categorías de sexo, desertar de la clase de las mujeres y así desarticular las relaciones sociales específicas que las subordinan a los hombres (Wittig 2006: 43, 56-57).
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)