Este trabajo toma como punto de partida un concepto clave tanto para la racionalidad occidental como para el pensamiento feminista: el cuerpo. Delimitado como un elemento fijo, biológico y natural a la vez que subordinado a la “mente” dentro de una dicotomía reduccionista, el cuerpo ha operado como condición de posibilidad para la construcción de distintos dominios epistémicos. Por un lado, las formas dominantes de producción de la “verdad” han impuesto un sujeto de conocimiento que para ser tal debía ser un sujeto descorporizado. Por el otro lado, una parte del pensamiento feminista no ha escapado a los fundamentos de la dicotomía entre lo corporal y lo mental. Ya se ha señalado que los feminismos tanto “esencialistas”, “igualitaristas” como “constructivistas” han operado sobre el basamento incuestionado de la distinción discreta entre el cuerpo y la mente (cf. Fernández, 2003; Grosz, 1994; Preciado, 2002:126; Spelman, 1982), dando por sentado rápida y acríticamente el carácter natural, dado e inmutable del cuerpo frente a la maleabilidad e historicidad de lo mental –o bien, análogamente, lo ideológico o lo social.