El arte en los regímenes totalitarios, lejos de ser enemigo natural, se constituyó en uno de sus aliados más fecundos. El maridaje dio a luz creaciones con sello propio: el de la estética fascista, capaz de diseñar las masas y transformar a los jefes en una todopoderosa e hipnótica figura de poder masculino. Ante la amplitud del tema me detendré en lo que a mi juicio constituye uno de sus componentes hegemónicos: el ideal de masculinidad, exaltado y exagerado por los cruces entre la política y el arte. La experiencia estética se vincula inevitablemente con la histórica, y desde ambas los totalitarismos han entretejido una trama indiscernible entre ficción y realidad. El nacionalsocialismo es su ejemplo más contundente.
La materia prima que dio origen a este trabajo corresponde a dos obras de la producción fílmica y fotográfica “documentales” de la cineasta alemana del nazismo Leni Riefenstahl (Berlín, 1902-2003): el film El triunfo de la voluntad (1935) y la serie de fotografías The last of the Nuba (1960) tomadas a una tribu del Sudán meridional, respectivamente.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)