El cine argentino actual, que ya viene siendo decodificado desde una denominación tan delimitante como vaga, la de Nuevo Cine Argentino, presenta un espectro amplio, generoso y variado de propuestas estéticas y temáticas. Sin lugar a dudas llama la atención en cuanto a los niveles de visibilidad la fuerte presencia de directoras mujeres que han logrado hacerse un lugar relevante en la escena local, así como adquirido una merecida proyección internacional. La lista de directoras no es breve, aunque tal vez ya sea posible identificar varios nombres en términos de resonancia tanto para la crítica como para el público. Voy a tomar a tres de estas autoras por lo que percibo como un tópico recurrente y común, que creo tiene que ver con cuestiones que van más allá de la casualidad o de una posible sensibilidad de época. Esta temática es la que identifico con lo que llamo la “mirada adolescente”. Me voy a referir a algunas películas de Lucrecia Martel, de Lucía Puenzo y de Albertina Carri. En todas ellas es posible rastrear una serie de personajes desde los que se configura una mirada ubicada en la adolescencia, cuya conformación responde a un patrón específico. Lo distintivo de la etapa, y la razón por la cual se elige esa instancia en particular, es el de ser un momento de tránsito y de pasaje que se caracteriza por la ambigüedad. Va a ser por lo tanto una mirada en sesgo la responsable de introducir al espectador en un universo desestabilizado, en pleno derrumbe y al cual se intenta voltear mediante este gesto.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)