Umberto Eco cierra El nombre de la rosa de esta manera: “[d]ejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus [de la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos]” (2006: 575). ¿De qué hablamos cuando usamos términos universales? ¿A qué nos referimos con ellos, si es que lo hacemos? Los filósofos clásicos plantearon de modo paradigmático los términos de problema del estatus ontológico de los universales. La universidad ¿conviene a las cosas o las palabras? En este trabajo, ponemos de manifiesto que Simone de Beauvoir inaugura en El segundo sexo (1949) una posición sin precedentes respecto de esta cuestión.
En la introducción de la obra mencionada la filósofa francesa dirige la cuestión de la mujer a la de la femeneidad. Adelantando la posterior división entre el sexo y el género, nos dice: “[a]sí, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad ([1949] 1999: 15). Pero ¿qué es la femeneidad? Beauvoir admite provisionalmente que es un universal dado que inmediatamente se centra en las posiciones tradicionales sobre el estatus ontológico de los universales para ulteriormente afirmar su propia visión del tema.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)