La publicación en la Argentina del reciente volumen de Jacques Rancière, Las distancias del cine, agrega un capítulo decisivo al prolongado trato de este pensador con un conjunto de cuestiones que, anudadas por la experiencia cinematográfica, han determinado distintos ámbitos de su trayectoria intelectual. Si bien este libro hace un indudable tándem con la colección de ensayos recogida hace poco más de una década en La fábula cinematográfica, en tanto sus capítulos cuentan al cine como su objeto principal, no se trata de una mero itinerario entre dos estaciones. Lo que podría denominarse como un efecto-cine recorre varias décadas en la producción de Rancière. Inicialmente, dicho efecto podía advertirse en incursiones de menor extensión bajo la forma de artículos o entrevistas originalmente publicados desde los años ochenta en Cahiers du cinéma y luego en Trafic, la revista fundada por Serge Daney, en la década siguiente. Posteriormente, un volumen compartido, el decisivo Arret sur histaire (en coautoria con Jean-Louis Comolli) le permitió interrogar las relaciones entre cine, historia y memoria a partir de la lectura de un complejo entramado en el que participaban los films de Chris Marker, Harun Farocki, Jean-Marie Straub y Claude Lanzman, entre otros. No intentaremos aquí elaborar un cuadro exhaustivo de las diversas determinaciones que el cine ha ejercido en los escritos e intervenciones de Rancière que atraviesan la filosofía, la historia, la política, el arte y la educación, sino tan solo puntuar algunos elementos sobresalientes dentro de su particular modo de vinculación con cierta idea de un cine que considera como figura estética (antes que medio o arte). Es a partir de allí que se hace posible resaltar sus implicancias para un pensamiento de lo cinematográfico.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)