Desde su origen, la crítica y la historia del arte argentinas siguen los modelos europeos. Las herramientas de análisis e interpretación, los criterios de evaluación de las obras y los modos de periodizar y de organizar el relato histórico, respetan las normas establecidas especialmente por la historiografía del arte moderno francés. Los autores argentinos consideran que el arte local integra el espacio mundial del arte occidental, pero comprenden que éste se ubica en una región marginal y que responde a una temporalidad que no concuerda con la cadencia del desarrollo del arte moderno de las regiones centrales. El arte argentino es así habitualmente juzgado como un arte provinciano y retrasado, que no logra ajustarse a las pautas impuestas por el canon francés. Esta percepción se nutre del contacto de los argentinos con la cultura francesa a través de sus viajes, de las visitas de los autores extranjeros y de la literatura especializada francófona disponible en Argentina.
Con algunas excepciones, esa percepción domina la escritura sobre arte hasta la década del sesenta. A partir de ese momento, el modelo francés es progresivamente puesto en crisis, combinado con otras perspectivas y abandonado. Estas transformaciones ocurren en el marco general de las revisiones disciplinares del pasaje entre la era moderna y la contemporaneidad. Ellas no se producen de manera uniforme o monolítica sino que son el resultado de revisiones graduales de la función, la metodología y el estilo de la escritura sobre arte. La crisis que afecta a los modelos de autoridad tradicionales lleva a los autores a buscar nuevos fundamentos en diversas áreas del conocimiento, como la psicología, la sociología o en los sistemas teóricos que proponen el estructuralismo y la semiótica. Los discursos latinoamericanistas, reactivados durante los años sesenta, contribuyen a esa revisión y otorgan elementos conceptuales para el desarrollo de nuevas perspectivas en la crítica y el estudio del arte.