La moral y la felicidad, antes enemigos irreductibles, se han fusionado; lo que actualmente resulta inmoral es no ser feliz. Hemos pasado de una civilización del deber a una cultura de los placeres. Allí donde se sacralizaba la abnegación, tenemos ahora la evasión; donde se privilegiaba la privacidad, tenemos la violencia mediática y la frivolidad. La dictadura de la euforia sumerge en la vergüenza a los sufren. Se insiste en que “tener onda” es ser chispeantes, divertidos. No sólo la felicidad constituye, junto con el mercado de la espiritualidad, una de las mayores industrias de la época, sino que es también el nuevo orden moral.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)