El protagonismo mediático contemporáneo y la expansión de las tecnologías de la información han empujado a los educadores y a los sistemas educativos vigentes a irse acomodando de manera tardía, fragmentaria y equivocada a las transformaciones que medios y tecnologías traen consigo. Transformaciones complejas, no sólo en lo estrictamente tecnológico, educativo y pedagógico sino, sobre todo, en los modos de conocer, aprender y comunicar, así como en los tipos de conocimientos y aprendizajes posibles resultantes.
La manera dominante de vincular la educación a la comunicación, sus medios y tecnologías ha sido meramente instrumental, motivada más por una perspectiva modernizante, donde el progreso es sinónimo de tener más instrumentos y aparatos que permitan estar al día con la tecnología de punta y sentir así que se está a la vanguardia del desarrollo académico y social. Esta forma de entender el problema de las nuevas tecnologías ha sido ampliamente criticado por reduccionista y por ser funcional al sistema de mercado, que justamente tiene como prerrogativa la obsolescencia de los productos y mercancías para mantener vivo el consumo (Orozco, 2007a).
Aunado a lo anterior, la visión con la que tradicionalmente se había abordado la alfabetización para los medios o la educación crítica de las audiencias había enfatizado su defensa e inoculación frente a la oferta de las diversas pantallas, en vez del desarrollo de sus destrezas y capacidades para la producción creativa de nuevos productos, tanto en contenido como en formatos y lenguajes. Aun en perspectivas que pretendían ser críticamente tolerantes a la diversidad mediática contemporánea, se alcanzaba a notar su rechazo y la creencia de que hay que corregir la mirada de las audiencias y usuarios frente a la cada vez más opulenta oferta audiovisual (Huergo, 2008).
En este contexto, y aunque de manera un tanto esquemática y preliminar, presento a continuación una serie de puntos que debería incluir una política integral que vincule adecuadamente educación y comunicación y enumero, para ello, seis ámbitos de intervención educativa a los que tal política debería atender.