Asistimos a un contexto caracterizado por diversas manifestaciones de la pobreza y procesos de exclusión en diferentes órdenes: económico, social, geográfico, cultural y político. En este escenario encontramos que se desarrollan múltiples experiencias y prácticas de trabajo comunitario tendientes a afrontar diversas problemáticas -sociales, culturales, sanitarias, de alimentación, hábitat, educativas, laborales- y a construir relaciones más dignas e igualitarias (Cruz, Quintal de Freitas, Amoretti, 2008). Entre las diversas experiencias que proliferan en la actualidad, algunas son desarrolladas desde agentes externos (del estado, organizaciones de la sociedad civil, instituciones religiosas, educativas, de formación, de caridad, empresas, etc.) a los grupos o comunidades, conformadas particularmente por sectores de pobreza y otras como propuestas más autónomas de los propios grupos para afrontar sus problemáticas y necesidades.