El campo de la salud mental se enfrenta a nuevos desafíos. La Ley Nacional de Salud Mental n°26.657, reafirmando el papel de todos los individuos como sujetos de derechos, sanciona la necesidad de ampliar y regular determinadas prácticas. En este marco encontramos la necesidad de establecer guardias interdisciplinarias y por lo tanto adquiere fuerza el rol del psicólogo de guardia, figura que existía en muy pocos lugares del país. Junto con la promesa de nuevos cargos reaparece el viejo interrogante: ¿Cuál sería la especificidad de la práctica del psicólogo en general, y del psicoanalista en particular, en la urgencia? La guardia suele nominarse como “guardia médica”, los hospitales en general son instituciones en las que el discurso y las prácticas que abundan son diferentes a las nuestras. Por los pasillos, los olores y la muerte circulan recordándonos lo lejos que quedamos del consultorio y su diván. Los analistas no suelen asistir al padecimiento en vivo, por lo general se encuentran luego de las crisis, para trabajar sobre lo sucedido. Pero no es así en estos espacios. Vestidos de ambo o guardapolvo, y generalmente nombrados como doctores, intentan mantener lo particular de su práctica. El propósito del escrito, es reflexionar sobre las condiciones de intervención analítica en contextos hospitalarios. Utilizando fragmentos de un caso clínico, en el que una mujer de 23 años se presenta al hospital luego de atravesar situaciones traumáticas, intentaré delimitar las particularidades de este tipo de abordajes.