El fenómeno de ingreso a la escuela de una literatura específicamente concebida para niños -en tanto instancia propedéutica en su formación como lectores-, es bastante reciente.
Posiblemente fue Walsh con su discurso innovador, lúdico y disparatado -y los grandes cambios operados en los ‘60- la primera en irrumpir en las aulas de los primeros grados. Fue saludable su ingreso, como también lo fue la gradual e intensa penetración de los nuevos y originales autores de las décadas siguientes. Los ’80, indudablemente, construyeron el campo de la literatura para niños con una renovada concepción de infancia y de lector. Desde entonces se defiende a capa y espada que las obras destinadas a los chicos no constituyen una “literatura menor”; simplemente tienen un destinatario particular.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)