Hablar de Literatura y Memoria, automáticamente nos remite a un tema vinculado con el momento histórico más nefasto de nuestro país: la última dictadura militar argentina.
Igualmente, no sólo nuestro país fue víctima del terrorismo de Estado, sino que países hermanos de Latinoamérica y Europa sufren, hasta hoy, las consecuencias de estos sistemas oscuros (nunca azarosos), marcando en la subjetividad de los pueblos, que aún sangrando, intentan recuperar los espacios de libertad perdidos y arrebatados por la naturalización de los diferentes procesos sociales. La literatura, en su praxis específica, ha sostenido a lo largo del tiempo, la posibilidad de eludir al olvido social. Posiblemente no sea éste el objeto en sí de la literatura, si es que lo tiene, pero cuando hablamos de Primo Levi en Si esto es un hombre, de Benedetti en La otra orilla, de Piglia en Respiración artificial, de Heker en El fin de la Historia, de Kohan en Dos veces Junio, de Kafka en El proceso y de tantos otros autores que han literaturizado la historia, creando la posibilidad de resignificar las lecturas de la misma, decimos que, desde nuestro punto de vista, si no es la función literaria modificar a partir de la reflexión, su función entonces es desconocida y gozará, seguramente, de buena salud.