Es un hecho bastante común que al momento de abordar la cuestión libertaria, ya sea al nivel de la teoría como en el del sentido común, se la piense como un fenómeno capaz de sobrepasar todo tipo de coto u obstáculo que implique algún recorte en su expresión (sea del orden de lo material, político, cultural, moral o de cualquier otra especie): una especie de absoluto que por su fuerza irrefrenable se colocaría más cerca de lo utópico, más específicamente, como una ensoñación. Esa es una postura susceptible de adoptar diferentes valoraciones axiológicas, siendo el asumirla como uno de los mayores males que encuentran los hombres que quieren vivir en sociedad (de libertino o el de libertinaje) uno de las más recurrentes: lo libertario acaba con los pactos, los acuerdos, las leyes, y demás instituciones que rigen a las sociedades modernas. Obviamente, es una acepción que no contempla lo libertario como posibilidad efectiva de destrucción pero de ordenamientos que generan y reproducen desigualdades, dominaciones, marginalidad y exclusión. Y es tal perspectiva la que aquí nos interesa desarrollar.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)