Hablar con nuestros jóvenes de la memoria reciente del país manteniendo un equilibrio deseado entre el decir y el pensar parece un hecho imposible para algunos.
Si bien los chicos atraviesan estas experiencias en distintos momentos de su desarrollo, sabemos que estos procesos de cambio vital traen aparejados duelos, que son la evidencia dolorosa de una pérdida y tienden a repararse o compensarse con momentos de logros y gratificaciones.
El abordaje desde la ficción literaria de estos temas para chicos y jóvenes no es fácil, si el autor no cae en lugares comunes, en soluciones fáciles o mágicas, que generalmente no son las que se producen en la vida corriente.
Todas las pérdidas son vividas como tales y cuesta reponerse de ellas, el dolor es una herida que molesta, que lastima, que a veces calma el paso del tiempo, algo que está lejos de ser habitual en las primeras etapas evolutivas, menos aún en la adolescencia, por lo tanto para un adulto que ha pasado por situaciones límites, recrearlas en la literatura es una forma de exorcizar sus propias cicatrices, o de indagar sobre el sentido con asombro de niño, con insensata decisión adolescente, sin tentarse frente a los didactismos ni a las salidas religiosas o místicas. Esta convicción se percibe en la escritura de los más prestigiosos autores Graciela Cabal (2001: 19) afirma que escribir consiste en ponerle el cuerpo a la historia, arriesgando sin saber muy bien hacia dónde se dirige y de qué manera impredecible iba a terminar.
La literatura, que es un recorrido imaginario por la existencia del hombre, invita a recrear con el lector todos los conflictos vitales, a identificarse con ellos, padecerlos o elaborarlos.
Así sucede con Los sapos de la memoria de Graciela Bialet, novela en la que recuerda a las personas que lucharon por la libertad durante la dictadura militar argentina (1976-1983) y se denuncian las torturas y secuestros que se efectuaron durante ese tiempo.