El ambiente bucólico e idílico ha sido y es, en buena medida, el escenario de la literatura para chicos. La otra cara del paisaje no se incluía, al decir de Graciela Montes: “La realidad despojada de un plumazo de todo lo denso, matizado, tenso, dramático, contradictorio, absurdo, doloroso: de todo lo que pudiera hacer brotar las dudas y cuestionamientos” (“Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la infancia” 1990:13), pareciera tener un espacio mínimo en la variada temática de la LIJ, no obstante su enorme valor para acicatear la imaginación, ponerla en acción y otorgar nuevos significados.
Los niños y niñas que habitan los relatos infantiles no siempre lo hacen en familias perfectas, amparados, escuchados o protegidos y esto lo demuestran algunas recientes publicaciones. Niños perturbados, solos, avergonzados, angustiados, rechazados, silenciados están ahí, casi sin comunicarse porque el otro no aparece o no está para reparar la intemperie del principio.
Esos niños y niñas, sin embargo, nos hablan desde la realidad, en la escuela, en la calle, en la cola del banco… y algunos comienzan a pararse con frágil firmeza para ser vistos por los adultos, desde la literatura infantil; ofrecen sus historias de chicos que sufren, sin garantía de final feliz, con salidas trágicas, a veces, o con singularidades que quizá no encuentran el puerto donde anclar en el universo del posible lector.
Entonces… mejor comenzar a hablar o balbucear acerca de eso.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)