La literatura de las últimas décadas reflexiona de manera particular acerca de la limitaciones del lenguaje para representar una realidad preexistente, ajena a sí mismo (Colás, 1994; Waugh, 1984, 1992). La literatura para niños no escapa a esta tendencia general, expone las convenciones para demostrar que son históricamente provisionales y juega con la ficcionalidad de diversas maneras.
A esta autoconsciencia de la ficción se la puede denominar metaficción. Desde la perspectiva de Waugh (1984), metaficción refiere a la escritura de ficción que se vuelve sobre sí misma y explora una teoría de la ficción mientras reflexiona sobre sus propios métodos de construcción, sobre el mundo de la ficción y su imposibilidad de representar algo ajeno al lenguaje. En síntesis, el escrito (meta)ficcional expone reiteradamente su convencionalidad y su condición de artificio.
Colomer (2005) afirma que los textos literarios están marcados por el predominio de la fantasía, el humor y el juego literario y así se refieren a un lector actual a quien le son requeridas actitudes y competencias lectoras diferentes a las de otras épocas. Plantea también que la literatura se dirige a un lector contemporáneo desde el punto de vista artístico, y cita como ejemplos al “juego intertextual con el que se alude a otras obras, el juego metaficcional que pone las reglas literarias al descubierto o los cambios en el papel otorgado al lector” (Colomer, 2005:109-10).
En este trabajo se indagarán vínculos entre algunas estrategias metaficcionales señaladas por Waugh (1984) y tres cuentos de Ricardo Mariño: “El hombre sin cabeza”, “Cuento con ogro y princesa” y “Cinthia Scoch y el lobo”. Mariño es uno de los escritores más prolíficos del campo de la literatura para niños y jóvenes en Argentina, un escritor que reconoce su gusto por enredar historias para, en algún momento, habilitar la vista del telar (Mariño, 2010b).