La obra de Andruetto recorre casi todos los géneros; sus lectores son niños, jóvenes y adultos; sus libros se leen en la escuela y fuera de ella. Ese carácter tan abarcativo de esta obra, lo que en una entrevista la misma Andruetto denomina “un deseo de escritura total”, es lo que, en principio, la diferencia de otros autores que generalmente se consideran parte del campo de la literatura infantil. Andruetto siempre ha permanecido ajena a las determinaciones de un mercado editorial que señala ciertos rasgos de pertenencia: un modo de escribir, unas temáticas, unos géneros. En relación con este mercado, que muchas veces dicta las listas de textos que se leen en las escuelas, la autora ha asumido una posición personal: publicar, tener una participación activa en espacios de la crítica, promocionar sus libros, son ciertamente modos de inscribirse en el mercado, pero se distancia en la medida en que se resiste a las clasificaciones y las etiquetas, a la edición compulsiva, a escribir “a pedido” según las temáticas de moda o las que demanda la pedagogía.
En el intento por perfilar esta poética surge así un primer problema: al intentar recortar un corpus para leer críticamente, literariamente sus textos, pero situándonos dentro del campo de la LIJ, encontramos que este límite es elusivo, sus líneas son fluctuantes, y que, tal vez con excepción de algunas novelas –como Lengua madre y La mujer en cuestión- la mayor parte de su obra es inclasificable si el punto de vista que se adopta es de un lado u otro de una línea imaginaria que tenga en cuenta la edad de los hipotéticos lectores.
Es a partir de estas consideraciones que comenzamos por caracterizar su proyecto de escritura como una “poética de la desobediencia”, en tanto resiste a las clasificaciones por edad y por género, a las determinaciones de lo que “se vende”, según las reglas de juego del campo editorial, a las normas no escritas pero fuertemente determinantes dentro del campo de la LIJ, que establecen una censura sobre el sexo (que se transgrede en Stefano, por ejemplo) y sobre lo político-social (que atraviesa a El país de Juan, otro ejemplo), y se rebela también frente a las condiciones de “lecturabilidad” que los textos deben ofrecer para ser incluidos dentro de una colección destinada a niños y/o adolescentes (La durmiente, recomendada “a partir de 6 años”, según indicación de contratapa ).