En el verano de 1923, un niño scout de 11 años moría en el bosque de Flores a causa de un disparo de rifle efectuado por un compañero de agrupación que practicaba tiro al blanco, una de las habilidades que debía desarrollar todo miembro de la mencionada organización1, y que además practicaban miles de niños en las escuelas secundarias del país.
Lo que podría ser, en principio, lamentado como un hecho luctuoso y desafortunado, tenía sin embargo, para los redactores del diario socialista La Vanguardia, una explicación de fondo que les resultaba incuestionable, relacionada con los efectos que producía el “virus militarista y los prejuicios patrioteros más rancios”3 que inoculaba una institución, “en mala hora convertida en antesala de cuartel, cuando debió ser simplemente en el pensamiento de sus fundadores una escuela de energía para preparar a los jóvenes a vencer las dificultades de la existencia”.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)