Los cambios económicos en las últimas décadas produjeron a su vez, cambios en la forma de organización y de sentido del trabajo cooperativo. Teniendo en cuenta, que el capitalismo ha desviado las reivindicaciones obreras desde la esfera de la producción hacia la esfera privada y del consumo (Tomasetta: 1975,129), advertimos ciertas tensiones entre el cooperativismo como sistema (tensión que podría resumirse, según los autores citados, en el debate sobre la doctrina y la filosofía cooperativista y los usos instrumentados por el Estado de la forma cooperativa de trabajo) y las nuevas formas cooperativas.
Estas contradicciones en las prácticas de los sujetos, al interpretar o reinterpretar los sentidos de una forma de organización del trabajo (la “cooperativa”) que devienen incluso en falta de coherencia, se trasladan al interior de la acción estatal acerca de estos temas.
La crisis que el neoliberalismo desató en el país, entonces, produjo comunidades a la vez que experiencia: podemos llamar a esto nuevas formas de acumulación política cuya nueva característica –respecto al horizonte político de aquella fase histórica- ha sido el componente de estrategia colectiva de supervivencia en el marco del lugar donde se vive, del territorio, del pueblo, ciudad o barrio, del lugar de trabajo (la gran fábrica que cierra, el comercio que aglutina a muchos trabajadores y que ya “no es rentable”, etc. etc.) Las luchas reivindicativas de los trabajadores, o de los que subsisten en los márgenes precarizados del sistema, no pueden entenderse fuera de esa tensión entre capital y trabajo.