En la exploración científica de lo específicamente humano no se ha reconocido suficientemente a la muerte como un punto de trascendencia de lo natural o como zona de interfase entre la naturaleza y la cultura (Morin, 1970). De hecho, el tratamiento que los hombres hacen de la muerte parece ser tan característico de lo humano como el lenguaje y el uso de las herramientas materiales y simbólicas. Rituales, ceremonias y creencias son parte del entramado simbólico que humaniza un fenómeno que es, simultáneamente, natural y cultural. No todos los grupos humanos desarrollaron un lenguaje escrito; no parece, igualmente, ser propiedad exclusiva del Hombre la representación o el uso de signos; la inteligencia, entendida como resolución no instintiva de problemas, tampoco es infrecuente entre algunos animales. Sin embargo, no se conoce otra especie que dé cuenta de una creencia en alguna existencia post mortem. La muerte es un fenómeno observable para todas las culturas de todas las épocas (Ariès, 1975; Thomas, 1975). No hay grupo humano que no haya tematizado en religiones, mitos, leyendas o teorías explicativas, el fenómeno de la muerte.