La densificación urbana es consecuencia de la necesidad de organizar el crecimiento y optimizar el uso de los recursos, promueve la democratización en el acceso a los bienes y servicios que ofrecen las centralidades y las mejores dotaciones. La instalación de las políticas densificatorias ocurren gradualmente, generando transformaciones que afectan a la morfología de la ciudad y provocan cambios generalmente rechazados por los habitantes originales, que los perciben como una agresión que afecta el hábitat que intentan conservar, circunstancia que suele incrementarse debido a la percepción de pérdida de privacidad que produce la edificación en altura y el aumento poblacional intensificado por el uso del equipamiento.
Esta situación evidencia que las decisiones destinadas a fortalecer las estructuras urbanas deben observar las singularidades, porque independiente de que ser originario de una determinada zona no condiciona exclusividad en el beneficio de los atributos que ofrece, la habitualidad en el acceso a ellos se percibe como un derecho al que difícilmente se está dispuesto a renunciar, por lo que las decisiones de densificación deben no solo intentar resolver la inequidad en la disponibilidad de atributos urbanos sino que necesariamente deben incluir oportunidades para los que sostuvieron y contribuyeron a instalar los territorios.