El esplendor alcanzado por el desarrollo tecnológico e industrial moderno impulsó la reproducción masiva de periódicos. A partir de 1930, con el surgimiento de la industria cinematográfica, la radio y la televisión, las técnicas de transmisión de información de emisores activos a receptores pacientes avanzaron vertiginosamente.
A partir de los adelantos tecnológicos, desde las primeras décadas del siglo XX se impone de manera avasallante una nueva era de las comunicaciones en las que la hegemonía y el control sobre los medios de información es fundamental para mantener el status quo mundial.
La denominada “guerra de los tabloides” que protagonizaron los magnates de la prensa norteamericana, Joseph Pulitzer y William Randolf Hearts, fue una demostración de cómo desde hace más de cien años se sigue incrementando el monopolio y la concentración mediática en muy pocas manos, con consecuencias catastróficas y aún imprevisibles que incluyen: censura, autocensura, manipulación, privatización, cerco informativo, supeditación de la información al servicio de la mercancía y por ende del capital, exclusión y violaciones sistemáticas de la población a recibir información y a su vez tener representación y participación en esos aparatos, mal llamados medios de comunicación social. A la par que aumentó la concentración y la lógica del capital en estos aparatos difusores, estos han condicionado a la audiencia a creer que la comunicación sólo es posible y existe si es mediada por el aparataje ideológico de la burguesía, es decir, han convertido un derecho universal en un bien privado y privilegiado.