Es trece de septiembre y los peregrinos de distintos puntos de la provincia llegan a la capital salteña en medio de aplausos, cantos, rezos, vírgenes, santos, pancartas, estandartes y banderas. Algunos caminan hasta nueve días para poder estar en la procesión más convocante de la ciudad: la fiesta del Señor y Virgen del Milagro, un culto que se remonta al año 1962, momento en el que un fuerte terremoto destruye edificios, sacristías y provoca el temor de la población.
La festividad del Milagro alcanzará su punto cúspide cuando el Arzobispo de Salta, Mario Antonio Cargnello, enuncie su discurso al pie del Monumento 20 de Febrero. En ese momento, el “pueblo” de Salta sellará su “compromiso” de devoción a través del “Pacto de Fidelidad” con sus patronos tutelares, práctica religiosa que lleva más de trescientos años. Cuando el sol se oculte detrás de los cerros que rodean la ciudad, entrarán las imágenes a la Iglesia. En medio de aplausos, pañuelos blancos y el sonido de campanas caerán desde las torres de la Catedral cientos de pétalos de claves rojos para el Señor del Milagro y blancos para la Virgen.
Este trabajo intenta explorar la contracara de un culto altamente institucionalizado y jerarquizado donde los peregrinos tienen una inclusión subordinada (Elías, 1998) en los dos actos rituales (Turner, 1980) como son la peregrinación y la procesión, al mismo tiempo que éstos se constituyen como dispositivos de disciplinamiento de los cuerpos (Foucault, 1975). A partir de allí, esta indagación quiere problematizar en palabras de Martín Barbero “lo que hace la gente con lo que hacen de ella” (1984: 21), es decir, explorar la forma en la que los medios de comunicación visibilizan relatos biográficos (Arfuch, 2002, 2014) al permitir la “toma de la palabra” (De Certeau, 1995) de los peregrinos en el culto al Señor del Milagro.