Según el imaginario social clásico de la vida en la cárcel, la pasividad de los detenidos frente a un poder omnipresente e ineludible, la sujeción de cada uno a reglas minuciosas y la realización de actividades programadas y repetitivas ocupa la mayor parte de la vida de los detenidos. Sin embargo, al observar las prisiones bonaerenses desde su interior, las prácticas y la vida cotidiana de los detenidos aparecen signadas por una actividad y resistencia constantes, de formas no necesariamente pautadas expresamente por los poderes oficiales.
Los detenidos están expuestos a necesidades y desafíos básicos como defender su integridad física frente a las autoridades penitenciarias y a veces también frente a los demás detenidos, negociar su propio alimento o un espacio donde habitar. Estas situaciones se derivan directamente de la forma en que el Servicio Penitenciario Bonaerense gobierna las cárceles:
en base a la violencia estructural –que implica un gran número de muertes y torturas-, la superpoblación, el hacinamiento y bajo condiciones de detención claramente inhumanas.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)