Hay algo en la satisfacción pulsional de los seres hablantes que resulta ingobernable, imposible de subjetivar, de lo que hay que defenderse, a lo que se trata como algo exterior, se intenta regular, se niega, se desmiente y sin embargo retorna, produce síntomas –en el mejor de los casos- y catástrofes subjetivas y colectivas. Freud lo nombró más allá del principio del placer y está en la base de lo que denominó compulsión de repetición. Una instancia de satisfacción repetitiva, incesante, que no se rinde ante ningún ideal –singular o colectivo- ni se deja reabsorber totalmente por ninguna defensa. Esa instancia habita muda a los seres hablantes, pero hace hablar a los cuerpos…